jueves, 14 de julio de 2011

Por amor a lo oscuro.

El abuelo quedó solo. Sólo con la fluida cadencia
de la mecedora, y el que aún sintiese el calor de
los nietos sobre las piernas hizo más nueva y fresca
la soledad. Sonrió casi feliz porque a la pequeña Ruth
le fascinó la historia que se había inventado: Los Ositos
Bribones. Su hijo estuvo sentado con ellos, la nuera sirvió
chocolate y galletas; los niños se veían felices, y la risa, y
los cuentos y los besos, y los abrazos también. La brisa
suave de febrero traía jazmines, algún ladrido y los leves
acordes de una distante guitarra: estos se insertaban sobre
el silencio que crecía entre las voces y la calidez del dialogo
 familiar. Pero todo se desdibujó, se diluyó, ràpido como
un sueño, veloz como las lágrimas que bajaban raudas entre
los surcos del rostro del abuelo:
Había llegado la luz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Exprésate!