lunes, 4 de julio de 2011

Amor, amor, amor.

Nunca me interesaron tus diálogos.
Cuando conversabas con los demás, me
alejaba buscando coro con los muchachos.
Ellos también hablaban de ti. Fuiste
cercándome sin saberlo, sin saberlo tu y sin
enterrarme plenamente yo. Mas bien,
el amor de los demás por ti fue atrapándome,
y el cerco se cerraba en la medida en que
me resistía. Sin hablarte, conocía tus
pensamientos, tus temas, tu gran afición
por el pasado oriental, por las rosas y por
el color verde. Oí con sumo cuidado tus
argumentos cuando procurabas explicarnos
por qué el último rayo de sol es verde.
Sin pensarlo, dije: "Porque el primero es rosa."
Tus ojos se quedaron en los míos y percibí la dimensión,
la fuerza extraña de lo que me arrastra hacia ti.
Desde entonces supe lo que siempre me negué
a admitir. Ya no te veo más. No frecuento los talleres
ni las bibliotecas. De ti aprendí, escuchándote desde
lejos, que el amor, en estado puro, destruye todo lo que
toca.

Gerardo Castillo Javier (Entre Dragones)

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